Mientras muchos miran a Washington por costumbre, hay otro continente que está dando señales fuertes del cambio de época: Europa. En los últimos dos años, la derecha ha dejado de ser marginal para convertirse en protagonista. Partidos que hace una década eran considerados extremos, hoy gobiernan o están muy cerca de hacerlo.
Italia eligió a Giorgia Meloni. Francia vive un ascenso sostenido de Marine Le Pen. En Alemania, el partido AfD ya es segunda fuerza en varias regiones. En España, Vox pisa fuerte y arrastra al Partido Popular hacia posturas más firmes. Y en Países Bajos, Geert Wilders dio la sorpresa en las urnas.
Lo interesante no es solo que esto ocurra en Europa, sino cómo ese giro también impacta los debates en Estados Unidos, donde el presidente Joe Biden enfrenta una sociedad dividida, una economía débil y una oposición conservadora que ya no teme hablar claro sobre inmigración, identidad nacional y valores culturales.
Y si Estados Unidos estornuda, Dominicana agarra gripe.
Lo que se está viendo en Europa —reacción contra la inmigración descontrolada, hartazgo con lo políticamente correcto, rechazo a la burocracia globalista, defensa de valores tradicionales— ya tiene ecos en sectores republicanos y conservadores norteamericanos, especialmente en figuras como Donald Trump, Ron DeSantis y Vivek Ramaswamy. Si alguno de ellos llega al poder, la línea política de Washington puede cambiar radicalmente.
¿Y qué debe pensar la República Dominicana?
Primero, que no podemos seguir actuando como si el mundo siguiera en 2010. Los grandes países ya no están interesados en sostener modelos progresistas de cooperación ni financiar agendas ideológicas. Prefieren relaciones bilaterales claras, pragmáticas y alineadas con sus intereses. La diplomacia dominicana necesita leer esos códigos si quiere seguir siendo relevante.
Segundo, que la cuestión migratoria —especialmente con Haití— se volverá aún más sensible. Con Europa endureciendo sus fronteras y Estados Unidos presionado por su propio colapso fronterizo, es probable que aumente la vigilancia sobre cómo Dominicana maneja su territorio y soberanía. Habrá menos tolerancia para narrativas débiles y más exigencia de control efectivo.
Y tercero, que los discursos sobre identidad, valores y cultura nacional no deben subestimarse. Lo que antes era llamado “nacionalismo” como insulto, hoy vuelve a verse como una defensa legítima de lo propio frente al caos exterior.
En resumen, lo que vemos en Europa no es una moda. Es un reflejo de un nuevo ciclo político mundial, donde los pueblos quieren orden, pertenencia y sentido común. Y República Dominicana, como país pequeño pero geopolíticamente ubicado en el corazón del Caribe, debe prepararse para el reacomodo que viene.
Porque si Europa ya giró, y Estados Unidos está a punto, nosotros no podemos seguir dormidos en la orilla.







































