En 1844, cuando la República Dominicana nacía entre pólvora y proclamaciones, el país apenas tenía unas pocas demarcaciones principales. La idea de provincias —como hoy las conocemos— no existía con claridad. Eran más bien regiones de poder local, muchas veces dominadas por caudillos que rendían cuentas solo si les convenía.
Hoy somos una nación con 32 provincias, algunas tan desarrolladas como mini Estados dentro del Estado, y otras que parecen un olvido geográfico. Pero… ¿cuándo empezó este desequilibrio? ¿Y por qué sigue creciendo?
Según el historiador Juan Miguel Castillo Pantaleón, “la creación de nuevas provincias no siempre responde a necesidades poblacionales o administrativas, sino a presiones políticas y arreglos de poder”. Es decir: se crean, se subdividen o se olvidan en función del momento y de quién esté en el Palacio Nacional.
Ejemplo vivo: la provincia de Bahoruco, con riquezas naturales como el lago Enriquillo y potencial agrícola inmenso, sigue sin una universidad pública, sin aeropuerto funcional y con una tasa de migración interna altísima. Mientras tanto, provincias como La Altagracia reciben inversiones año tras año.
Y no es solo un tema de presupuesto. Es una cuestión de representación. Muchos habitantes de provincias pequeñas sienten que su voz no pesa en el Congreso. “Nos visitan cada cuatro años y después no vuelven más”, dice María Isabel Ferreras, maestra en Sabaneta. “Si no fuera por las radios locales, no existimos en los medios”.
La descentralización, tantas veces prometida, nunca termina de llegar. Y aunque existe una Ley de Ordenamiento Territorial pendiente desde hace años, sigue durmiendo el sueño eterno en las gavetas del Congreso.
¿Debe reescribirse la manera en que se piensa el territorio nacional? ¿Volver al mapa y redistribuir funciones, inversión, poder? Algunos expertos piensan que sí. “No es quitar provincias, sino reconocer que hay regiones que necesitan otro trato fiscal y administrativo para evitar el colapso social”, apunta la economista Yocasta Lara.
Mientras tanto, el mapa dominicano sigue igual… aunque el país real ya se partió en dos: uno que crece y otro que solo mira desde lejos.







































