La primera vez que Andrés Julio Rondón del Rosario visitó Santo Domingo de Guzmán desde Los Guaricano, Villa Mella, tenía apenas ocho años de edad. Acompañaba a su abuelo a vender leche en Cristo Rey, marcando el inicio de una trayectoria como vendedor ambulante que ha perdurado por más de medio siglo.

Hoy, a sus 68 años, el implacable paso del tiempo no parece haber mermado la fuerza de Andrés. Cada mañana, a las 3:30 a. m., se levanta para ir al mercado a comprar las frutas con las que se gana la vida vendiendo en las calles del área gubernamental del Distrito Nacional. Desde tempranas horas, recorre la zona en su triciclo, ofreciendo sus productos frescos.
«Siempre me ha gustado este negocio porque se gana bien y no tengo que rendirle cuentas a nadie. Eso sí, hay que trabajar duro», comenta con orgullo.
Sonriente y atento, recibe a sus clientes en Don Bosco, donde, al amanecer, comienzan a rodear su puesto en busca de piñas, lechosas, guineos, aguacates y, en temporada, mangos cuidadosamente seleccionados por Andrés horas antes en el mercado.
Un recorrido por distintos oficios
Antes de dedicarse a la venta de frutas, Andrés vendía chicharrones. Sin embargo, tras el brote de fiebre porcina en 1978, la desconfianza en el consumo de carne de cerdo lo llevó a cambiar de oficio. También trabajó en la administración pública como encargado de seguridad en una policlínica de Sabana Perdida, pero el bajo salario lo obligó a renunciar.
«Me pagaban muy poco, no me alcanzaba para resolver nada. Fue entonces cuando decidí volver a vender, primero chicharrones y luego frutas, hasta el día de hoy», explica.
El primo de todos
Pocos lo conocen por su nombre de pila; para la mayoría, es simplemente «el primo». Su carácter afable hace que quienes lo tratan se sientan parte de su familia.
«Siempre he sido un hombre alegre. Algunos amigos notaban la gran diferencia entre mi forma de ser y la de mis hermanas, que son muy serias. Pero yo siempre he pensado que hay que ser conforme con la vida, porque, de lo contrario, nos puede ir peor», reflexiona.
Orgullo de padre
Al hablar de sus hijos, su rostro se ilumina de orgullo, como el de un artesano admirando su obra terminada. Gracias a su trabajo como frutero, sus hijos nunca pasaron necesidades y pudieron estudiar lo que desearon. Tiene tres hijos: Desiré y Katherine Rondón, ambas profesionales, y Ernesto Rondón, quien aún está en la universidad.
Otra pieza importante en la vida de Andrés es su esposa Virginia Guzmán, profesora de química, con quien lleva 23 años de matrimonio. Es la madre de su hijo Ernesto y un remanso de ternura al que acude Andrés en sus momentos más estresantes.
Un sueño por cumplir
A pesar de su edad, Andrés no planea retirarse aún, pero ya tiene en mente un nuevo proyecto. En los próximos años, espera abrir un negocio de venta de herramientas en su casa en Los Guaricano; una pequeña ferretería que le permitirá dejar las calles y seguir trabajando en un ambiente más cómodo.
«Ese es mi sueño ahora, primo», afirma con entusiasmo el incansable Andrés.








































